El Rector Ing. José Luis Roces analiza el propósito de la educación para las generaciones actuales y futuras a partir de tres ejes fundacionales.
En momentos en los que las distintas sociedades se plantean el futuro de los sistemas educativos, parece conveniente reflexionar sobre el propósito de la educación. Responder esta cuestión es una propuesta al debate que viene de siglos y son varios los pensadores que se manifestaron al respecto. Aristóteles, por ejemplo, expresaba que “educar la mente, sin educar al corazón, no es educación en absoluto”; mientras que ya en el siglo XX, el Decano de la Universidad de Yale Robert Hutchins señalaba que “el objetivo de la educación es preparar a los jóvenes a educarse a ellos mismos”.
Dentro de una variada riqueza conceptual, sobresale que la evolución de la sociedad -con sus cambios sociales y tecnológicos- ha puesto en crisis a las instituciones educativas. Ellas han demostrado poder resolver la inclusión masiva de personas, con modelos estandarizados; pero la complejidad del mundo actual requiere una educación más personalizada y con múltiples focos e interacciones.
Como un aporte a esa reflexión, pienso en la educación a partir de tres perspectivas de desarrollo, que pueden traducirse en lineamientos puntuales: educar en competencias, educar en valores y educar en la complejidad.
Cada uno de estos ejes propone diseños conceptuales y metodológicos de alternativas variadas y de cuestionada efectividad. Pero sin pretender buscar soluciones definitivas, lo prioritario parece compartir la razonabilidad de estas dimensiones.
Dentro de las múltiples definiciones de competencias, incluiría en ellas los conocimientos, las habilidades y las actitudes, que una persona requiere para desarrollarse en el siglo XXI.
Una cantidad significativa de estudios de organismos internacionales, nacionales, públicos y privados, nos orientan para confirmar cuando nos referimos a los conocimientos. Hoy el dominio del lenguaje, de la matemática y las ciencias, los idiomas globales, el uso de la tecnología informática y ciertas disciplinas sociales y ambientales, resultan críticos ya que son la base de una formación efectiva, la que podríamos sintetizar en el “saber qué”.
Esta preocupación por los contenidos, propio de la educación tradicional y masiva, es necesaria pero no suficiente. Se demandan un creciente número de habilidades que permitan operativizar esos conocimientos. Cada vez se exige más dar respuesta al “saber cómo”. En esta línea de desarrollo se inscribe la capacidad de resolución de problemas, la comunicación, el trabajo en equipo, el pensamiento crítico y la creatividad. Las distintas situaciones que se nos presentan en la vida, requieren de modos de respuesta que colaboren para mejorar la efectividad de las soluciones conceptuales.
Finalmente, para completar la descripción de las competencias críticas en la nueva agenda educativa, se requiere del desarrollo de actitudes. Por mucho tiempo los sistemas educativos descansaron en la familia, en las costumbres sociales y en la ejemplaridad como fuentes de su incorporación. La disposición colaborativa, la curiosidad, la iniciativa, la empatía, la adaptabilidad y el sentido de la responsabilidad, son atributos que por mucho tiempo los consideramos como propios de la identidad personal. Con los desarrollos actuales en inteligencia emocional sabemos de su importancia y de su posibilidad de entrenamiento complementario a las destrezas cognitivas. En ellas están las respuestas al “saber con quién”, tan imprescindible en un mundo donde todos los logros son cada vez más fruto de las construcciones colectivas.
Estas demandas en la educación en competencias, son imprescindibles y sobresalen como una guía para el diseño educativo que permita no solo ser atractivo para los educandos, sino útil en su aplicación. Cuando uno enseña debe tener presente que debemos dar respuesta al saber qué , saber cómo y saber con quién.
Las quejas que se oyen en los conflictos estudiantiles reflejan en el fondo la insuficiencia de los programas de estudio en estos aspectos y son la base del diagnóstico para una estrategia de innovación educativa que estamos impulsando con nuestros docentes en el ITBA.
Es un proceso de transformación inevitable y con él se definirá la legitimidad de nuestras instituciones educativas, para dar respuesta a alguno de los propósitos que compartíamos al principio de esta nota.